El pasado domingo, al salir del mar, me sentí como un sobreviviente de la Batalla de Normandía en la 2da guerra mundial. Para el que no estuvo ahí, podría sonar como algo exagerado, pero esa fue la experiencia que viví.

Particularmente no le tengo miedo al mar, pero si MUCHO respeto. Pero el detalle está en que, en realidad, las condiciones del domingo superaban mi nivel de habilidad actual. Mire a Rancell, que entrena con nosotros, y le pregunte “¿men, en serio vamos a entrar?”, y su “ya tamo aquí, hay que darle” me hizo sentir más confiado, o quizás más convencido de que había más dementes conmigo.

Ya sea por valiente o desquiciado (creo que la segunda), me jondie’ al mar cruzando los dedos y pidiéndole a Dios que todo salga bien. Mi esperanza de que todo se pusiera más fácil luego de los primeros metros no se materializo, y esos 750 metros pasaron de ser una búsqueda de record personal, a prender mi “survival mode” por 32 minutos.

Ni se cómo explicarlo, pero cuando finalmente me puse de pie en la arena (después de dos vuelta’ maroma’), sentí que del agua salí como otro atleta, otra persona. Es una ironía, porque, por un lado, ahora soy más consciente de cuando arriesgar y cuando no, y que, si no hubiera hecho el nado, tampoco hubiese perdido un brazo, pero que haciéndolo, si arriesgue mucho.

Pero, por otro lado, experimente más que nunca, que cuando salimos de nuestra zona de confort, grandes cosas pasan, y que solo llegando a nuestros límites, sabremos donde los mismo están. Como dice Jack Canfield: “Todo lo que deseas está al otro lado del miedo”. Y aunque este párrafo y el anterior sean algo contradictorios, creo que éxito en la vida está en un balance entre ambos.

No termine el tri porque en la parte de la bici me quede con Jenny, que sufrió un accidente (un buen susto, pero nada de gravedad) y su bienestar me importa más que cualquier medalla. Pero no me importó no terminar el evento, con lo vivido, ya estaba pago por el día.

Javier.